Mi Casa - ¿Cómo te despides del lugar donde fuiste feliz?
June 13th, 2023

Cuando quedó vacía, la casa empezó a envejecer. Y con ella, yo.

Apenas tengo un par de horas para un último recorrido, luego vendrán y me ordenarán cerrar.

Me alegra que el señor no viviera para ver este día. Siempre pensó que la casa nos sobreviviría a todos. Ahora sus nietos, desde un remoto lugar al otro lado del océano, decidieron destruirla.

¿Será porque nunca la vivieron? Ninguno de ellos nació aquí. Nunca corrieron por entre las columnas de este inmenso salón.

En los días de gloria los destellos del mediodía entraban por los vitrales, dibujando hermosas figuras de luz en el suelo. Ahora los ventanales están clausurados con toscos tablones que apenas dejan penetrar la claridad. Siempre es de noche en el gran salón. Donde otrora bailaban las luces y los colores reptan las sombras y, con estas, los recuerdos.

Los peldaños de las escaleras siempre han sido engañosos. Incluso cuando estaban tapizados con aquella alfombra persa. Más de una vez, producto de la prisa, terminé de nalgas sobre el descanso. Doña Victoria resbaló una vez, en su primer embarazo. El señor se puso tan furioso que astilló a martillazos el escalón culpable. Nunca permitió que se reparara.

Debo tener cuidado para no pisarlo, ¿donde está?... ¡Allí!

«Se la tomaron contigo, compañero, pero tú y yo sabemos que la culpable siempre fue la alfombra. Pero nadie se podía meter con ella, no, demasiado ostentosa para acusarla. Sin embargo, fue lo primero que vendieron.»

No necesito iluminación para recorrer los pasillos pero será mejor que encienda la linterna. Por aquí los criados solíamos andar, siempre presurosos y con la vista al suelo. Por supuesto, no todo era trabajo, si el comedor era el sitio para anuncios oficiales el pasillo era la plataforma para el cotilleo. Este era el lugar de los chismes y los besos, en aquella esquina di mi primero. ¿Cómo se llamaba la muchacha? No importa.

En los pasillos los señores bajaban a tu nivel, y te miraban de frente, a lo mejor porque sentían su integridad protegida entre paredes. A la luz de aquel candelabro el señor me confesó que se iba a la guerra, que la casa quedaba a mi cuidado, que confiaba en mí más que en sus hijos. Fue extraño pero a pesar de estar acostumbrado a recibir sus órdenes, aquel día me sentí comprometido.

Sé que en la noche algunas criaturas deambulan por aquí. Encuentro excrementos. Me han indicado que las eche pero a mí no me molestan en lo más mínimo. Estoy seguro que a la casa tampoco le importa, por lo menos todavía la vida fluye por sus corredores.

Los cuartos cuentan una historia diferente. Si en los pasillos nos mezclábamos con naturalidad en los cuartos sentías el verdadero peso de la barrera social. Nunca llegué a sentirme cómodo dentro de ninguno. Tenías que pararte en un rincón y esperar a que te dijeran lo que tenías que hacer. Yo me entretenía mirando los cuadros de las paredes, "frescos", le llamaban. Ya no queda ninguno, apenas una foto del señor en el cuarto principal. No me gusta entrar ahí, siento que me mira con desaprobación.

Si bajo por la escalera de servicio llego directo a la cocina. Aquí no tengo nada que recordar.

Mi lugar preferido siempre fue la sala de estar, justo al lado del comedor. Aquí algunos muebles han podido resistir el desalojo, solo los más viejos. Todavía vive el sofá, donde los espectadores se sentaban a escuchar a la señorita tocar el piano. El lugar de los criados era un poco más allá, al fondo.

Solía apresurar mis obligaciones para no tener asuntos pendientes a la hora del concierto. Llegué a tararear de memoria todo el repertorio de la señorita Sofía.

Una vez me sentó a su lado y cantamos juntos. Nunca me consideré un esclavo por trabajar en la servidumbre pero juro que aquel día me sentí libre como nunca antes. Alcé la voz y la sentí crecer, amplificada por las esquinas y las superficies. Solo me detuvo el sabor salado de mis propias lágrimas. Ella me miraba con una gran sonrisa y las mejillas también húmedas.

Aquel día fui feliz y sucedió aquí mismo, justo en donde quedaron estas cuatro horribles manchas en el suelo.

Ayer me llegó una carta de los nietos del señor. Me agradecían por el servicio y por las "molestias", la palabra me hizo sonreír. Junto a la carta venía un cheque, una buena cantidad. ¿Qué voy a hacer a estas alturas con todo ese dinero? Nunca tuve hijos ni hermanos, solo la tenía a ella. Mi casa.

Al alba vendrá aquella gente extraña, se llevarán lo poco que quede de valor y pondrán fecha de demolición.

Yo tendré que mirar el espectáculo desde el porche de mi cabaña.

La casa desaparecerá, morirá. Y con ella, yo.

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Mi nombre es Dito Ferrer, soy un escritor, psicólogo, realizador de sonido y Dj. Estoy construyendo un espacio educativo para emprendedores, escritores, artistas y todo aquel que necesite crear contenido para Internet.

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